A PROPÓSITO DEL LIBRO DE M. RESTALL "Cuando Moctezuma conoció a Cortés"

"CUANDO MOCTEZUMA CONOCIÓ A CORTÉS".  «Una deconstrucción metódica de los mitos sobre la "conquista" de Cortés y la "rendición" de Moctezuma.»

     A propósito del libro de Mattew Restall, el biógrafo de Cortés, Dr. D. Esteban Mira Caballos,  publica el siguiente artículo desmontando las hipótesis reinterpretativas de la conquista de la Nueva España que hace el autor de referencia, en el que minusvalora el protagonismo, la polifacética personalidad de Cortés y su valiosísimo legado a la Modernidad.

 

“CUANDO MOCTEZUMA CONOCIÓ A CORTES”.

MATTHEW RESTAL Y LA NUEVA HISTORIA DE LA CONQUISTA

 Esteban Mira Caballos, Doctor en História de América y biógrafo de Cortés. (26, noviembre, 2019)

 

  El profesor de la Universidad de Pennsylvania Matthew Restall acaba de publicar en español su nuevo libro “Cuando Moctezuma conoció a Cortés” (México, Taurus, 2019) que es desde ya el máximo referente de lo que él mismo llama la “Nueva Historia de la Conquista”. En su libro trata de reinterpretar la conquista en general y la del imperio azteca en particular. Para ello parte de tres puntales: uno, la lectura crítica de las crónicas tradicionales que, a su juicio, ofrecieron una visión interesada de la conquista que nos hemos creído todos a pie juntillas. Dos, mediante el uso de fuentes alternativas redactadas en lenguajes mesoamericanos, como los códices indígenas o los textos que escribieron algunos naturales o mestizos tras la conquista. Y tres, reinterpretando el proceso al margen de fines oficiales, regionales o personales lo que, a su juicio, ha provocado hasta la fecha visiones contrapuestas e irreconciliables.

  La historiografía tradicional –o la mitohistoria, como la denomina el autor- atribuía la consumación de la conquista al valor y a la genialidad de un esforzado Hernán Cortés frente a la actitud cobarde de Moctezuma II, tlatoani mexica. El autor reevalúa todo el proceso expansivo, empezando por los propios conceptos: sustituye el concepto conquistadores por el de invasores y el de conquista por el de guerras de invasión. Pero va más allá, a la España de principios del siglo XVI la denomina Imperio y a los repositorios sevillanos los nombra en varias ocasiones como “archivos imperiales españoles en Sevilla”-pág. 35-. Esta terminología me parece totalmente anacrónica porque ellos se llamaban a sí mismos conquistadores y entendían su expansión como una conquista. Pero el uso de este vocabulario radical supone toda una declaración de intenciones del historiador estadounidense y su objetivo desmitificador.

  A continuación estructura su relato encaminado a romper radicalmente con la visión triunfalista de la conquista. Según el Dr. Restall la historia no fue realmente como nos la contaron los cronistas conquistadores, particularmente Hernán Cortés y Bernal Díaz. Estos omitieron el protagonismo de los indígenas, lo mismo de intérpretes como doña Marina –La Malinche- que el liderazgo que mostraron varios caudillos indígenas, muy superiores a unos españoles que casi nunca tuvieron el control. A groso modo, el historiador estadounidense sostiene que en realidad no hubo tal conquista de las huestes hispanas sino un enfrentamiento entre la Triple Alianza tlaxcalteca y la Triple Alianza mexica. Un enfrentamiento directo entre dos viejos enemigos, Tlaxcala y Tenochtitlán. Asevera el autor que a los tlaxcaltecas la llegada de los europeos les pareció una gran ocasión para cambiar el sino de los acontecimientos. Dado que Cholula y Huejotzingo, sus tradicionales aliados les habían abandonado uniéndose a los mexicas, ahora, la llegada de los extranjeros lo cambiaba todo, reequilibrando las fuerzas. Por eso los tlaxcaltecas engañaron a los españoles, sosteniendo que Cholula estaba en la ruta hacia Tenochtitlan, algo que no era cierto. Y la matanza la protagonizaron ellos, siendo Hernán Cortés y sus huestes prácticamente testigos de vista –p. 264-. A continuación se dedica a tratar de desmontar viejos mitos de la historiografía de la conquista, unas veces de manera más convincente que otras.

  Primero, trata de demostrar que Moctezuma II nunca se rindió y que resistió hasta el final de sus días. Asimismo, redime a la civilización mexica afirmando que los sacrificios humanos y la adoración a ídolos satánicos formaban parte de los estereotipos de la historiografía oficial. Lo mismo que el alcoholismo, el libertinaje, la deshonestidad, la credulidad, etc. que se les atribuye a los amerindios en general –pág. 123-. Y en este aspecto concreto no le falta razón  pues se tiende a representar a los mexicas como una civilización sangrienta cuando, como defendió David Carrasco, no está demostrado que sacrificasen a más personas que otras civilizaciones orientales u occidentales –pág. 138-. Y citando a Inga Clendinnen sostiene que las ejecuciones mexicas no eran más horribles que las europeas, sino que simplemente se encontraban en un contexto cultural muy diferente –pág. 137-.  

  Segundo, que las huestes hispanas nunca fueron tan reducidas como ha señalado la historiografía tradicional. Analiza las incorporaciones y llega a la conclusión que fueron como mínimo tres millares los que participaron en el proceso de conquista desde 1519 a 1521. A ellos, habría que añadir más de 10.000 naturales aliados, fundamentalmente tlaxcaltecas, pero también totonacas, huejotzingos, cempoaleses, tabasqueños, taínos antillanos y hasta africanos. Tenochtitlan fue asediada por no menos de un millar de españoles, además de varios miles de indígenas, procedentes de diversos lugares –pág. 376-.

  Tercero, reduce la población de Tenochtitlán desde los 200.000 que defienden la mayor parte de los estudiosos hasta los 60.000 –p. 379-, aunque sin aportar pruebas. Bien es cierto que afirma que la Sevilla de principios del siglo XVI tenía 35.000 habitantes –pág. 44-, cuando disponemos de padrones municipales desde el siglo XIV, estudiados por Antonio Collantes de Terán, y sabemos que la población de la capital hispalense por aquellas fechas cuanto menos duplicaba esa cifra. Pero no hay que perder de vista que reduce considerablemente el tamaño de la capital mexica para hacer más creíble su hipótesis central del equilibrio de fuerzas entre la Triple Alianza mexica y la Triple Alianza tlaxcalteca.

  Y cuarto, empequeñece el poder decisorio de Hernán Cortés y de su hueste.  A su juicio, el propio metellinense se atribuyó decisiones que no tomó, como el desguace de los barcos en Veracruz que fue decisión del un supuesto grupo o consejo de capitanes. Asimismo, minimizó interesadamente el papel de doña Marina así como el liderazgo de muchos líderes náhuatl para hacer creer que poseía un control que, según el autor, casi nunca tuvo –pág. 233-. Todo ello para concluir que en realidad, y contrariamente a lo que se había creído, el proceso fue el último capítulo de una confrontación entre la Triple Alianza mexica, formada por Tenochtitlan, Texcoco y Tacuba, y la Triple Alianza tlaxcalteca, formada originalmente por Tlaxcala, Huejotzingo y Cholula. El metellinense y sus hombres no fueron más que unos meros aliados –solo en ocasiones decisivos- de la alianza tlaxcalteca. Y sostiene asimismo que si estos últimos hubiesen querido acabar con la hueste no habrían dejado vivo ni a un solo hombre –pág. 262-.

   Eso sí, cuando interesa a su relato sí que ve muy clara la iniciativa y el control del metellinense. Por ejemplo en el asesinato de Moctezuma del que responsabiliza directamente a Cortés y a sus hombres, al percatarse que ya no le era de utilidad y que mantenerlo vivo significaba correr un riesgo innecesario –pág. 283-284-. Pero los españoles lo ocultaron, culpando a los mexicas, porque su asesinato cuestionaba la teoría defendida por los cronistas conquistadores de la rendición de Moctezuma. En mi opinión no está totalmente claro si murió a manos de su propio pueblo –una piedra o una saeta- o apuñalado por los hispanos, aunque las fuentes apuntan mayoritariamente a la primera opción. Pero el autor no aporta datos nuevos ni pruebas significativas más allá de su teoría -un poco rocambolesca- de que Hernán Cortés tuvo la perversa idea de diseñar un relato ficticio en el que Moctezuma II se rindió en su primer encuentro, y de hacer creer a todos que la conquista se logró gracias a su excepcional capacidad estratégica y diplomática. Y digo que la teoría de Restall es rocambolesca porque le concede una capacidad retórica al metellinense que a mi juicio rozaría la genialidad y hasta la sobrenaturalidad. La verdad es que recuerda bastante a la tesis no menos descabellada de Christian Duverger cuando atribuía al metellinense la redacción de la “Historia Verdadera de la Conquista de Nueva España” de Bernal Díaz, algo que ha sido descartado ya por decenas de historiadores y filólogos. Pero lo cierto es que de tener razón el Prof. Restall, habrá que convenir que se contradice en su tesis principal, al decir que fue un personaje secundario que falseo en su favor el relato al tiempo que le otorga  una capacidad manipuladora muy superior a la de cualquier otro personaje de la historia que ha engañado a miles de personas a lo largo de casi cinco siglos.

   En general esta “Nueva Historia de la Conquista” que lidera Restall exime de responsabilidad a Hernán Cortés y sus huestes, al restarles el protagonismo del proceso conquistador y situarlo como un mero actor secundario, sin capacidad decisoria en los momentos clave. Ya no es el vil asesino sino algo probablemente más indigno para el personaje: un vulgar farsante que creó el mito de su conquista, arrebatando el protagonismo a los líderes indígenas mesoamericanos. Por negarle le niega hasta su condición de mujeriego incorregible, haciendo suya la tesis de Christian Duverger de que en realidad el harén que poseía en su casa de Coyoacán se debía a una emulación del tlatoani Moctezuma II y no a un supuesto deseo sexual irrefrenable –pág. 355-. Eso sí, en el caso de la muerte de su primera esposa, Catalina Suárez Marcaida, tiene muy claro que hoy sería acusado de “homicidio culposo” (p. 356). También esgrime que algunas de las masacres perpetradas, como las amputaciones de los espías tlaxcaltecas, o las matanzas de Cuernavaca o Huaxtepec sí que hay pruebas suficientes que evidencian que fueron fruto de la iniciativa del extremeño –págs. 358-359-. También parece que se comportó como un esclavista, aludiendo al famoso inventario postmorten en el que se contaron 193 indios esclavos, originarios de 86 pueblos distintos. Parece que se mostró un personaje secundario en asuntos decisivos pero no a la hora de tomar la iniciativa de realizar masacres concretas o de esclavizar indígenas. Todo esto aboca al autor inglés a concluir que en este contexto de la “Nueva Historia de la Conquista” la imagen del Cortés extraordinario y magistral se vuelve absurda, alejada de la realidad -pág. 340-.

A mi juicio, este texto del Prof. Restall tiene su importancia porque supone una revisión crítica de todo el proceso de conquista que nos obliga a todos a repensar los hechos y que, por tanto, a medio o largo plazo puede suponer un avance en la investigación. Sin embargo, muchas de las afirmaciones del Dr. Restall no están suficientemente documentadas; no basta con decir que fue una invención de los cronistas conquistadores perpetuada a lo largo de cinco siglos y razonar sin pruebas una alternativa. Verdades asentadas durante tanto tiempo no se pueden desmontar planteando una simple teoría. También existe un afán conductual a lo largo de toda la obra de restar poder decisorio y capacidad al  metellinense hasta convertirlo en un simple “invasor” con suerte que solo toma la iniciativa a la hora de perpetrar masacres. Para el autor británico, Hernán Cortés engendra el papel del antihéroe por el mero hecho de haber sobrevivido cuando más del 70 por ciento de su hueste murió prematuramente y de forma violenta. Además se enriqueció, llegando a ser el personaje más rico de México y el que más esclavos indígenas poseyó –pág. 362-.

   En mi opinión las tesis de Restall carecen de consistencia. Pero incluso dándoles validez, ello no empequeñece al personaje sino que lo engrandece en el sentido que tuvo más capacidad que nadie para interpretar el presente, prever el futuro y ganar la eternidad.

 Esteban Mira Caballos

Academia Dominicana de la Historia


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